«No se te puede decir nada» te dice alguien que no quiere escuchar tu respuesta u opinión sobre algo que te dijo. Entonces, si alguien no quiere escuchar respuesta a una observación, significa que no quiere dialogar, que sólo quiere ser escuchado o mandar.
Si me dices algo es porque quieres dialogar, ¿o no?
Si no quieres escuchar es porque a ti no se te puede decir nada.
En definitiva, acusamos a alguien de algo que únicamente pasa en nosotros mismos. Queremos ser escuchados pero no queremos escuchar.
Me avisas si quieres dialogar, si no, vete donde están las fieras, ellas no te contestarán palabras, simplemente te hartarán ( y no quiero decir te cansarán, sino que te comerán vivo).
Esto es complicado: ¿te gusta el diálogo o el monólogo que haces?
Dime algo y te responderé. Si te llamo y no me contestas, entenderé. Si me llamas y no te respondo, discúlpame, vuélveme a llamar. No agotemos la vía del diálogo. Que si no te gusta que te hable, no me hables. Te incomoda mi silencio, háblame.
Para algunos es pecado que otros piensen y hablen, para nosotros, pensar y hablar es una virtud. A veces es envidiada, otras veces, despreciada y otras no comprendida. He de seguir hablando, escribiendo, retando, dialogando mientras pueda. Aunque anden algunos por ahí queriendo limitar mi libertad de expresión…
Ese «no se te puede decir nada» suena a aquel «¿Por qué no te callas? que le recetó a Hugo Chávez el rey de España.
Háblame y yo te responderé.
Frecuentemente callamos por dos razones principales: por soberbia y considerar a los demás como incapaces de comprender la complejidad de nuestras palabras, o callamos por carencia de argumentos para sostener lo que expresamos. Es aquí, en estas dos circunstancias, cuando el «silencio» deja de ser «silencio», se convierte en gritos y martillazos que escondemos bajo la hipocresía de dos labios cerrados.
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