El bullicio de navidad y el Silencio de la Natividad

Cohetes, luces, música y copas rodean el diminuto pesebre que apenas se logra ver entre los enormes envoltorios color rojo y verde y blanco. El gordo de siempre aparece más veces que este «tal niño» al que algunos cantan. ¿Qué se celebra en navidad y cuál es el centro de la navidad?

Unos dicen que el árbol, otros afirman que es la entrega de regalos que «garantiza el gordo», otros más escépticos se reúnen frente a una pequeña mesa con licores y beben hasta perder el sentido, pues para beber, cualquier motivo es bueno. Al llegar las doce se arma el bullicio, los cohetes, los abrazos, anunciando que ya es navidad. Los besos esperados ya no esperan o esperarán un año más, bueno, una semana quizá, pues falta despedir al año viejo.

«Adestes fideles» cantaban en la Catedral y el «Gloria in excelsis Deo» sonaba tan alto y sonoro que se estremecían los tímidos oyentes y soñaban con un mañana mejor. Los límpidos ojos de los niños ya acariciaban el regalo que no abrían y que quizá no tendrían este fin de año.

La gente huele a estreno, los centros comerciales al fin van quedando vacíos después de dos meses preparando la navidad. Y la navidad pasó y la navidad terminó. Etiquetas, marcas, bolsas, billetes, cajeros, sonrisas y robos. La jarana viene con los reyes en enero.

En una pequeña covacha yace un niño entre periódicos, cobijado con apenas una mantilla rala con hoyos. La madre a su lado lo contempla y sus tripas entonan una canción de cuna. El padre vigila que la lluvia no termine de derruir aquellas ruinas a las que llaman casa. Y aquí todo es silencio y paz. Y sueñan con un mañana mejor.

El periódico matutino anuncia el gran ofertón de última hora. Los Smart phones actualizan su estado y quedan de acuerdo de encontrarse en el «mol». Suenan las monedas, los tacones, abren y cierran las puertas. Besos, abrazos y sonrisas. Las vitrinas se agolpan de gente y el gordo grita: Ho, ho, ho… llegaron los tontos de hoy.

Campanas, chichiles y panderetas traen los pastorcitos que al niño van a ver. La Madre se asusta al ver tanta gente, la algarabía, los pobrecillos regalos. El champú de tres pesos, el jabón sin olor, dulces típicos (y de los más baratos), ah, ¡qué salado este niño!… parece que él no se portó bien, porque el gordo no vino, y los que vinieron no tenían dinero. Los pobres son así, te dan lo que tienen pero te lo dan con amor.

El corazón del padre se enternece y las lágrimas recorren su rígido rostro, sale una sonrisa y piensa ¿Qué ha de ser deste mijo? La Madre contenta con tanto regalo busca acomodar a los «auto-invitados» entre los tiliches. Unos en el suelo, otros parados contra la pared y unos cuantos más afuera en la puerta. Les ofrece un cafecito ralito y dulce, del que tenían guardado para algo especial.

En ese ranchito (por no decir pocilga) no hay lugar para el gordo, para los billetes verdes o tarjetas sangrientas (de crédito). Sólo amor hay ahí. El bullicio del comercio no llega hasta el pesebre de Belén. Apenas se oyen las tripas de los animalitos, los bostezos de los pastores y las sonrisas de los pobrecillos visitantes.

No, en el pesebre de Belén no hay bullicio, hay silencio y paz y amor y dicha y sueños. Y la esperanza que nos trae este pequeñuelo nos hace olvidar la frivolidad de los mercados, y nos conmueve, y nos contagia y nos conforta. Aquí no hay luces, ni renos, ni muñecos de nieve, no hay regalos de lujo, ni el «ho, ho, ho» patrocinado por la máquina de la felicidad burbujeante y carbonatada y llena de azúcar.

¿Navidad? Natividad… Te das cuenta de lo que el nacimiento de un niño puede hacer. No es bullicio, es paz.

Feliz cumpleaños Jesús.

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